domingo, 19 de septiembre de 2010

Extracto de Deliciosa Rendición de Shayla Black

«Voy a hundirme en ti tan profundamente que no podrás olvidarme jamás.»
Alyssa Devereaux se estremeció al recordar aquella brusca promesa, rememorando cómo se había perdido entre músculos tensos y placer.
Luc Traverson.
Incluso el nombre le provocaba una dolorosa punzada de deseo en el vientre. Él había convertido su promesa en realidad. No le había olvidado ni siquiera un momento.
La noche que Luc había pasado en su cama había sido asombrosa y mágica. Y, teniendo en cuenta que hacía ya mucho tiempo que ella había dejado de creer en los cuentos de hadas, aquello ya significaba algo. Sentirse envuelta en su dura fuerza fue como estar en el Paraíso.
Aquella noche, bajo la intensa mirada de él, no sólo se había sentido una mujer deseable, sino única. Aquella intimidad… Oh, Dios, la había arrebatado. Había sido mucho más que enloquecer de placer, él le había mostrado un aspecto del deseo totalmente nuevo.
Sus profundos ojos oscuros ardían mientras la penetraba con poderosos envites; el pelo, largo y oscuro, los había rodeado como un velo que dejara a un lado la realidad, quedando sólo anhelos susurrados y jadeantes respiraciones mientras la hacía alcanzar un orgasmo tras otro.
Luc había llevado su cuerpo a extremos incendiarios a los que ella jamás hubiera creído que la pudiera llevar un hombre. Y lo hizo una y otra vez. Durante seis horas. Sin descanso, sin quedar nunca satisfecho.
Ávido, codicioso, extraordinario.
Alyssa había mantenido suficientes relaciones sexuales en su vida como para saber que habían compartido algo más que sexo.
Y a la mañana siguiente… nada. Él no le dejó ni una nota ni una explicación. Unos días después le envió un ramo de flores disculpándose por cualquier incomodidad o dolor que le hubiera podido causar. Ella se enfadó mucho cuando recibió las flores, aquel gesto tan impersonal le dolió un poco… aunque no le había sorprendido demasiado.
Pero no estaba dispuesta a darse por vencida. Dadas las pocas posibilidades que tenía de ver de nuevo a Luc, Alyssa rompió sus reglas y le llamó. Dos veces. Él no le había devuelto las llamadas personalmente.
Fue su ayudante quien se puso en contacto con ella para decirle que mantendría los términos del acuerdo. Nada más.
Alyssa no significaba nada para él. Sí, antes de la noche que pasaron juntos ya sabía que no la respetaba. Se habían conocido unos años antes en una despedida de soltero; ella había sido la stripper del evento y él un amigo del novio. De alguna manera, Alyssa había esperado que si la volvía a ver en otras circunstancias, Luc cambiaría la idea que se había hecho sobre ella.
Qué estupidez. Pero a pesar de todo, él era todo lo que ella buscaba en un hombre: atractivo, triunfador, capaz de sentir un profundo afecto, sensible y sexy… Y no pensaba renunciar a él sin luchar.
—Buenas noches, jefa. —Tyler Murphy lanzó un largo silbido de admiración cuando ella entró por la puerta trasera del club y se detuvo al lado del escenario. La miró de arriba abajo—. Estás estupenda.
—Hola, Tyler —saludó al gigante de pelo color arena—. Tu trabajo es vigilar a los clientes, no a mí.
—Aún no hemos abierto el local y no hay nadie a quien meter en vereda. Además, estoy harto de ocuparme de niñatos borrachos y casados salidos. ¿De qué color es el liguero que llevas debajo de
esa faldita negra?
El gorila del club había sido agente de alguna agencia estatal, aunque nunca había mencionado cuál. No hablaba mucho de sí mismo. Alyssa no sabía por qué había comenzado a trabajar allí.
Pero en los pocos meses que llevaba con ella, se había convertido en alguien indispensable. Había días en los que el negocio, sencillamente, le necesitaba.
Era una lástima que Tyler no fuera lo que necesitaba su corazón.
Alyssa le lanzó una mirada de reproche desde debajo de las pestañas.
—Nunca lo sabrás.
—Oh, vamos… Haz feliz a un amigo.
Alyssa bajó la vista a la entrepierna del hombre.
—Parece que ya eres suficientemente feliz.
Tyler le guiñó un ojo y le brindó una amplia y provocativa sonrisa.
—Sólo por ti.
Era un tipo apuesto, tan fuerte que podría ser portada de una revista de culturismo. Además era irónico, gracioso y responsable. Pero después de pasarse el día trabajando en «Las sirenas sexys», el club más notorio de Lousiana y del que ella era propietaria, además de intentar poner en marcha al mismo tiempo un nuevo restaurante, cuando caía rendida en la cama no era en Tyler en quien pensaba.
Aquel honor recaía en Luc Traverson.
Y ahora, tres meses después, él iba a volver.
«Siénteme. Siiiiiií. Eres tan estrecha, es tan bueno. Así, cariño. Córrete otra vez para mí.»
La voz de Luc resonaba en su mente, pecado puro envuelto en terciopelo, tierna como la miel. Incluso los recuerdos hacían que creciera el deseo en su interior. Pensar en lo ocurrido aquella noche siempre tenía el poder de deslumbrarla y aturdirla. No había dejado de desearlo ni un momento.
—¿Hola? Tierra llamado a Alyssa.
Se había olvidado de Tyler.
—Lo siento. El restaurante absorbe todos mis pensamientos estos días.
Él clavó en ella aquellos ojos verdes que veían demasiado.
—¿Lavar los platos y confeccionar menús hace que te sonrojes?
¿Qué tengas esa mirada que dice «quiero follar»?
—¿Por qué no vas a encargarte de un par de borrachos?
—Prefiero estar contigo.
Tyler cruzó los brazos sobre el ancho pecho. Los bíceps se hincharon bajo la camiseta negra que se ceñía a su cuerpo como un guante. Lo cierto es que era impresionante. Y la deseaba; no es que se hubiera molestado en ocultarlo precisamente. Ella se sentía fatal por ello.
—¿Cómo se llama? —suspiró Tyler.
—¿Quién?
—El hombre que te ha hecho poner esa mirada de deseo. No sé si quiero descuartizarlo o estrecharle la mano.
—No hay nadie en mi vida. —Lo que en realidad era cierto. Dejando aparte aquella noche salvaje con Luc, llevaba años sin mantener relaciones sexuales.
—Mentirosa.
Llegados a ese punto de la conversación, Tyler solía bromear diciéndole que con él sería más feliz que con cualquier otro. Esa noche no lo dijo.
—Eres demasiado especial para estar sola. Las chicas te adoran.
Eres justa con todo el mundo y trabajas muy duro. Eres más dulce de lo que tú misma piensas. Ni siquiera me has pedido que mate al gilipollas del concejal Primpton cuando viene a crear problemas.
—La miró fijamente—. Has trabajado mucho últimamente. Necesitas un descanso.
Si no tenía cuidado, la preocupación de Tyler la haría llorar. Sería muy fácil dejarse llevar por la autocompasión, pero también una absoluta pérdida de tiempo.
Alyssa puso los brazos en jarras.
—No puedo.
—Quizá deberías aplazar algunas semanas la inauguración del restaurante.
—¿Por qué?
Tyler ya no pudo contenerse. Se acercó a ella y le acarició cariñosamente el brazo con una de sus enormes manos.
—Hace sólo dos meses que murió tu madre.
Alyssa se puso tensa.
—Hacía catorce años que no la veía.
—Eso no importa. Todavía lamentas su pérdida.
Y lo hacía con reacciones muy diversas. Cólera, pena, tristeza, furia y, sobre todo, una profunda necesidad de echarle en cara que no hubiera hecho nada para ayudarla o comprenderla, de exigirle el apoyo que siempre había necesitado.
Junto a su tumba había visto la razón de la falta de entendimiento entre ellas: Joshua. A pesar de los años transcurridos, de estar a más de cincuenta metros y de las gafas de sol de doscientos dólares con las que ocultaba sus ojos, seguía siendo evidente que era tan cabrón como cuando era un chaval. Al menos él no la había visto. Si lo hubiera hecho, sabe Dios lo que hubiera ocurrido.
Alyssa dejó de pensar en ello.
—Tyler, gracias por preocuparte por mí, pero he dedicado demasiado tiempo y energía a esta inauguración como para retrasarla. He invertido casi todo mi dinero en ese restaurante. Además, ¿qué ganaría recordando a mi madre?
Él le acarició los hombros en un gesto de consuelo.
—Ayer saliste de aquí a las tres de la madrugada y Sadie me dijo que a las ocho ya estabas de vuelta. Cariño, tienes que dormir. Todo el mundo necesita tiempo para superar una pérdida de ese tipo.
Ella prefería no hacerlo.
Se puso de puntillas y le dio un tierno beso en la mejilla.
—Algún día serás un gran marido.
—¿Es una proposición?
Alyssa soltó un bufido.
—¿Tengo pinta de querer tener una casa con una valla blanca? Venga, a trabajar.
—Sí, señora. —Se despidió con un gesto y se dio la vuelta, aunque al momento se giró de nuevo—. ¡Ah, se me olvidaba! Ha venido a verte un amigo tuyo. Dijo que era cocinero, un chef.
—¿Luc Traverson? —suspiró ella.
—Sí. Me dijo que teníais una cita. No parecía demasiado feliz.
¿Es el tipo que te ayudará esta semana con el restaurante?
La pregunta de Tyler quedó flotando en el aire sin respuesta. En lugar de ello, Alyssa miró detrás de Tyler, hacia la puerta principal del club.
¡Boom! Luc estaba allí. Un metro ochenta y cinco de altura. Una figura elegante y fornida. Al verlo sintió como un puñetazo en el estómago.
Alyssa tragó saliva y se permitió el placer de comérselo con los ojos. El pelo negro le llegaba a la altura de los hombros y los vaqueros se ceñían a sus músculos en los lugares adecuados. Y, aquellos ojos, oscuros y ardientes… Una urgente necesidad la atravesó. El corazón comenzó a latirle a toda velocidad, fuera de control. Se le humedecieron las palmas de las manos. Sintió que se mareaba de excitación.
Tyler la sostuvo. El guardaespaldas le deslizó sus poderosas manos alrededor de la cintura para ayudarla a recuperar el equilibrio y luego miró a Luc por encima del hombro.
—Tienes que estar de coña, ¿no será él, verdad?
«Oh, sí. Claro que es él.»
—Cállate, Tyler. —Se acercó a la puerta con decisión.
Por fin. Luc Traverson estaba allí. Alyssa ocultó una astuta sonrisa.
Ya no iba a poder seguir ignorándola. Ella se aseguraría de eso.
¿Se había empalmado alguna vez con sólo mirar a una mujer que estaba en la otra punta de la habitación antes de conocer a Alyssa Devereaux?
Mejor no pensar en la respuesta.
No tenía que preguntarse qué había debajo de esa faldita, lo sabía.
Unos muslos de ensueño con un liguero de algún color provocativo pensado para volver loco a cualquier hombre. Un tanga de encaje que revelaría mucho más de lo que cubría. Y debajo… La sensación y el sabor de sus pliegues resbaladizos e hinchados rugieron en su memoria y le hicieron hervir la sangre como si le hubieran inyectado algún combustible en las venas.
Tenía que trabajar con ella durante una semana. Santo Dios.
¿Cómo iba a evitar no recordar una y otra vez aquel encuentro que quería olvidar pero no podía?
«Eres un profesional. Tu obligación es cocinar, no tocarla.» Además, no es que no tuviera más cosas en las que pensar. Las negociaciones que llevaba a cabo para realizar un programa para la televisión por cable estaban a punto de cerrarse y tenía que hacer la corrección de su último libro de cocina. No tendría demasiado tiempo libre durante esa semana y el poco que le quedara, lo ocuparía como fuera.
Era evidente que Alyssa también sabía bien cómo ocupar su tiempo.
Aquel hombre enorme que tenía al lado y al que había besado en la mejilla hacía un momento, el que llevaba ceñida a un torso ancho y poderoso una camiseta de «Las sirenas sexys», ¿sería un camarero?, ¿un guardaespaldas? Fuera lo que fuera, el gorila le había lanzado a
Alyssa una mirada tan posesiva que Luc no pudo dejar de notarla; luego el hombre lo miró con una furia casi palpable.
Aplastando los irracionales celos que se apoderaron de él, Luc se dijo a sí mismo que si Alyssa quería tirarse a su empleado, era asunto suyo.
Aplacó el violento deseo de descuartizar al hombre.
Entonces, Alyssa dio un paso en dirección a Luc, y luego otro.
—Señorita Alyssa —gritó una mujer con voz aguda—. ¡Su turno!
Alyssa se detuvo. Cerró los ojos. Suspiró. ¿Estaba preparándose mentalmente para algo?
Entonces, como si aquella vacilación no hubiera ocurrido, ella le dirigió a él una fría mirada azul, le indicó una silla delante del escenario y se dirigió a la parte de atrás de las bambalinas. Luc no pudo evitar seguir con los ojos el balanceo de sus curvilíneas caderas como atraído por un canto de sirenas. Mierda.
De haber estado solos, nada hubiera impedido que Luc la tocara.
Nada. Pero a menos que quisiera volver a dejarse llevar por su lado salvaje e incontrolable, tenía que recordar la temeraria promesa que se había hecho: no tocarla y renunciar a ese trabajo.
A regañadientes, Luc se dirigió con paso tranquilo al escenario y se sentó en la silla que Alyssa le había indicado. En cuanto ella terminara de hacer lo que fuera que tuviera que hacer y hablara con él, le diría que no podía cumplir su parte del trato. Estaba dispuesto a pagarle por las molestias.
Porque si se quedaba, su polla le metería en problemas. Luc acabaría por desnudarla y colarse debajo de su falda en menos que canta un gallo. Y eso sería malo. Debía recordar que estaba buscando a la mujer perfecta, alguien cercano y familiar a quién le gustaran los niños tanto como a él y le ayudara a mantener a raya a su bestia interior. Alyssa Devereaux, la diosa de las strippers, no era, definitivamente, esa mujer.
De repente, la música comenzó a retumbar en los altavoces, con un gran estruendo y una cadencia provocativa y ardiente. Cada nota que sonaba hablaba de sexo. Sexo caliente, sudoroso y sin restricciones.
El tipo de sexo que le gustaba, el que había tenido con ella. El que le gustaría volver a tener.
Se colocó la camisa sobre el regazo para ocultar la erección y observó cómo Alyssa se contoneaba encima del escenario. Se había recogido el pelo, rubio platino, en lo alto de la cabeza con un provocativo peinado y se había puesto una chaqueta corta de lentejuelas rojas. Él se moría por ver lo que llevaba debajo. La manera en que se movía era una invitación y… una promesa.
Alyssa se colocó con sus altos tacones justo delante de él y comenzó a contonear las caderas, trazando un sensual círculo. La vio ponerse la palma de la mano sobre la piel desnuda del abdomen dorado y comenzar a bajarla. Y la siguió bajando… muy lentamente.
Luc contuvo el aliento hasta que, finalmente, ella se tocó.
«Oh, Dios…»
Se deslizó los dedos entre las piernas y echó la cabeza hacia atrás como si estuviera disfrutando de un éxtasis absoluto.
Luc tragó saliva y comenzó a sudar.
Con una sacudida, Alyssa enderezó la cabeza y volvió a mirarle a los ojos; los de ella eran como dos rayos láser azules que le estremecieron de los pies a la cabeza.
Maldición, desfilaron ante él nueve semanas de citas con secretarias parroquiales, decoradoras y maestras de primaria. Ninguna de esas mujeres le había provocado una erección. Durante ese tiempo, se había despertado más de una vez en mitad de la noche sudando, con la polla en la mano y el nombre de Alyssa en los labios. Y ahora, tras cinco minutos en su presencia, estaba ya a punto de estallar.
Tenía que pensar en otras palabras que empezaban con la letra efe, como por ejemplo futuro y familia. Por desgracia, con Alyssa cerca, el deseo de follar con ella otra vez iba a echar a perder todas sus buenas intenciones.
En ese momento, ella se soltó los suaves mechones de pelo, que le cayeron sobre los hombros, se acarició los pechos y coqueteó con su cintura. Luego se quitó la corta chaqueta y la dejó caer al suelo descuidadamente, exponiéndose ante un Luc que hubiera jurado que le veía las sombras de las areolas de los pezones a través del top.
Ella pasó por encima de la chaqueta y se contoneó hasta la barra vertical que había en el centro del escenario. Cuando la agarró con las dos manos y se onduló hacia ella, apretándola entre los muslos, Luc pensó que se iba a asfixiar.
Ella continuó mirándolo fijamente mientras danzaba alrededor de la barra.
La música siguió sonando, desgranando notas que evocaban sensualidad y provocación. Alyssa continuó con el espectáculo. Se metió un dedo en la húmeda boca y se lo chupó. Luc notó que su miembro se hinchaba con otro aluvión de sangre al recordar su boca en torno a él, su lengua lamiéndole el glande con habilidad, provocándole e incendiándole por completo. Aun meses después, podía sentir el látigo de aquella lengua, la seda caliente de su boca. Se estremeció.
Con una provocativa sonrisa, Alyssa se sacó el dedo de la boca y dibujó valle entre sus pechos con la húmeda punta del dedo. Luego apretó uno con la palma de la mano, ofreciéndoselo con una invitación al pecado en su hermoso rostro.
Santo Dios, no era de extrañar que hubiera levantado un imperio ella sola, allí, en Lafayette. Aquella mujer era pura sensualidad y hacía muy bien su trabajo. Ningún hombre en sus cabales podría resistirse a algo tan intenso y provocador y seguir cuerdo.
Por el rabillo del ojo, Luc vio que el empleado de Alyssa, el mismo al que ella había besado antes en la mejilla, se acercaba sigilosamente al escenario. Con un rápido giro de cabeza, Luc observó que el gigante de la ceñida camiseta negra estaba tenso y jadeante y que lucía una enorme protuberancia que decía por sí sola lo excitado que estaba.
Luc deseó poder decir que aquello no le importaba. Pero hubiera mentido.
Entonces, cuando volvió a mirar al escenario, estuvo a punto de olvidarse hasta de su propio nombre.
Alyssa estaba de espaldas y se había inclinado por la cintura; le miraba por encima de un hombro casi desnudo de una manera que le dejó aturdido. Luc se agarró a los brazos de la silla, deseando levantarse, subir al escenario, tumbarla en el suelo e introducirse en su interior en ese mismo instante.
El tirante del pequeño top se le había deslizado por el brazo. Y aquella indecente faldita… Al estar inclinada se le insinuaba el inicio de las nalgas desnudas que asomaban intermitentemente por debajo de la seda negra. El liguero era rojo. El tanga —que apenas se veía— hacía juego con él.
Alyssa se pasó juguetonamente los dedos por la espinilla, el muslo y luego los hizo desaparecer por debajo de la faldita. Tenía los ojos entrecerrados y separó los voluptuosos labios emitiendo un silencioso gemido de placer. Luc se tensó.
Tenía que salir de allí.
Entonces, Alyssa deslizó las manos por las ondulantes caderas y cogió la falda. Tiró de la prenda negra y ésta revoloteó hasta el suelo.
Las dos nalgas morenas, separadas por la tira roja de encaje del tanga, le hicieron sentir una nueva oleada de lujuria y se le hizo difícil respirar.
Alyssa tenía un trasero impresionante. Pero él ya lo sabía. Luc cerró los ojos para impedir que la tentación de la piel desnuda se burlara de él. En vez de eso le golpearon los recuerdos de cuando se introdujo en su culo. Le había permitido que la tomara de todas las maneras que quiso. Recordó la húmeda estrechez cerrándose sobre él. Las gotas de sudor que les cubrían mientras se sumergía en ella. Los gemidos.
Cristo, tenía que detener aquella oleada de lujuria; al menos el tiempo suficiente para decirle a Alyssa que no iba a quedarse.
Rogando que cesara pronto aquella tortura, Luc abrió los ojos. Y se quedó sin respiración.
Alyssa le brindó una pícara e invitadora sonrisa mientras tiraba bruscamente del top para revelar un sujetador rojo que apenas le cubría los pezones. Unos pezones duros y rosados. Recordaba demasiado bien cómo se habían derretido en su boca.
Luc se removió en la silla, casi como si fuera un niño revoltoso.
Estaba muy excitado, tenía la polla tan sensible que sólo sentir la textura de la tela contra el glande hacía que estuviera a punto de correrse.
Tenía que irse de allí. A la mierda cualquier conversación educada.
Le enviaría un correo electrónico con una explicación, porque si se quedaba se olvidaría de todos sus buenos propósitos y la follaría hasta perder el sentido.
Mientras se levantaba, Luc repasó mentalmente una lista de cocineros —todas mujeres, por supuesto— a las que pagaría de buena gana para que ayudaran a Alyssa esa semana. Era una lista corta, sólo algunos nombres. Él le enviaría las recetas…
El sujetador rojo cayó al suelo a los pies de Alyssa.
Tenía los pechos grandes, tan dorados como el resto de su cuerpo, y se bamboleaban graciosamente con cada giro, con cada paso. Aquellos pezones, que tan bien recordaba, le hacían señas como diciendo: «cómeme, cómeme».
«Vete de una vez», se exigió a sí mismo.
Las piernas no le respondieron.
Alyssa siguió bailando mientras bajaba los escalones, sosteniendo sus pechos en alto como si se los ofreciera. Pasó junto a su excitado empleado, al que le dirigió una sonrisa mientras le acariciaba la cara.
Luc se tensó cuando el musculitos intentó cogerla entre sus brazos.
Pero Alyssa fue demasiado rápida y se zafó de sus manos, corriendo… hacia Luc.
La humedad que brillaba en la parte delantera de su tanga le hizo sentir una opresión en el vientre. Luc apretó los puños cuando ella siguió bailando cada vez más cerca…
Alyssa se dejó caer de rodillas ante él y levantó la vista. Sus miradas se cruzaron. Ella jadeaba con fuerza. A pesar de los vaqueros que le cubrían, él sentía su aliento en la polla. Tenía los testículos a punto de estallar y ni siquiera la había tocado.
Era imposible no alargar la mano, no enredar los dedos en sus cabellos y acercar más la boca de Alyssa. Pero cuando lo hizo, sólo agarró el aire. Ella ya se había alejado con aquel cuerpo dorado que le hacía olvidarse de que tenía cerebro.
La música siguió sonando in crescendo hasta el final mientras ella se dejaba caer en el escenario, con las piernas abiertas, las rodillas dobladas y los pechos cubiertos con las manos. Arqueando la espalda… como si estuviera preparada para él, para que la poseyera.
Luc dio un paso hacia ella. Pero se obligó a detenerse y a respirar hondo.
Jamás había sido masoquista, y no pensaba empezar a serlo ahora.
A su lado, el musculoso gorila aplaudió y silbó ruidosamente, como un hombre poseído.
—Eso sí que ha sido todo un espectáculo, jefa. ¡Maldita sea!
Alyssa se levantó y sonrió. Tenía los brazos a los costados como si no le importara nada estar desnuda ante su empleado y el cocinero.
Se recordó a sí mismo que ella se ganaba la vida de esa manera.
Que exhibía su cuerpo ante desconocidos con los que sabe Dios qué más hacía. ¿Por qué iba a importarle quién le viera las tetas?
— ¡Gracias! Es el número que he preparado para el aniversario.
—Pues si necesitas que alguien babee a tus pies, me ofrezco voluntario
—dijo el guardaespaldas, guiñándole un ojo.
—Lo recordaré.
Alyssa recogió la chaqueta del suelo y se la puso, cubriéndose los pechos con las solapas. O por lo menos intentándolo. La prenda no tenía botones ni broches, así que estaba prácticamente abierta cuando bajó los escalones, dejando a la vista el escote y las abundantes curvas de sus pechos.
—Señor Traverson, me alegro de verte. —Le tendió la mano.
¿En serio esperaba que la tocara? Luc se preparó para la corriente eléctrica que le atravesaba cada vez que rozaba a esa mujer. Pero nada le hubiera podido preparar para la descarga que le recorrió cuando le estrechó la mano.
—Señorita Devereaux, tenemos que hablar. ¿Podríamos hacerlo en algún lugar más tranquilo? ¿Un lugar más… —Luc recorrió con los ojos al guardaespaldas, que les miraba con curiosidad— privado?
—Tyler —dijo ella, chasqueando los dedos—. Ponte a trabajar.
Ya son las cuatro, ¿verdad? Es hora de abrir la puerta. —Entonces volvió a mirar a Luc—. Sígueme.
¡Cómo si él se hubiera podido resistir a seguirla cuando ella le mostró aquel provocativo trasero mientras se alejaba de él! Imposible.
La siguió fuera de la sala por un pasillo pintado de negro. Las luces rojas del escenario quedaron a su espalda, dando un aire gótico a la parte de atrás en contraste con la zona pública. Llegaron hasta el fondo, donde había una habitación pintada de blanco. Un remanso de paz con fotos en blanco y negro en las paredes. Las flores de seda y el sillón del escritorio daban un alegre toque de color rojo.
Alyssa sostuvo la puerta para que él entrara y cuando lo hizo, la cerró. Él se dio cuenta de que no se oía ningún sonido del club.
Ladeó la cabeza, escuchando el silencio.
—Esta habitación está aislada acústicamente —le confirmó ella, apoyando la cadera en el borde del escritorio en una actitud relajada que, de alguna manera, exudaba sexo—. Es muy difícil concentrarse en la contabilidad, a las dos de la madrugada, con la música de Pussycat Dolls resonando en los oídos.
Un comentario muy racional, pero no tenía nada que ver con el objeto de aquella reunión.
—Mira, yo…
—Antes de centrarnos en otros asuntos, ¿puedes darme tu opinión sobre el número? Hace dos años que no bailo en una barra.
Estoy algo desentrenada.
¿Hacía dos años que no bailaba en la barra? Vaya… Luc no solía frecuentar los clubs de striptease, así que no podía comparar, pero pensó que sufriría un ataque cardíaco si alguna vez veía bailar a
Alyssa cuando ella considerara que estaba en forma.
— ¿Por qué me lo preguntas?
La joven frunció el ceño.
—Eres el único que me ha visto, además de Tyler, y él no es demasiado objetivo. Necesito una opinión masculina. ¿Te ha gustado?
«Si sólo fuera eso.»
—Hum… ha estado bien.
—Bien… —Alyssa suspiró —. Tiene que resultar espectacular.
¡Maldita sea! Esta noche es el quinto aniversario de «Las sirenas sexys» y prometí actuar. Ya no lo hago nunca. Intentaré esforzarme más después, cuando represente el número. Gracias por tu sinceridad.
Cómo se esforzara más, la mitad de la audiencia se correría en los primeros treinta segundos.
—¿Qué tal te han ido las cosas? —La sonrisa de Alyssa iluminó toda su cara, toda la habitación. Maldición, incluso iluminó a Luc.
—Genial. He estado muy ocupado. ¿Y a ti?
—Oh. —Alyssa puso los ojos en blanco—. ¡Ha sido una locura!
No sabía que poner en marcha un restaurante fuera tan difícil. Por supuesto, sé lo que cuesta abrir un negocio, pero me queda mucho que aprender. De todas maneras, me alegro de que estés aquí. Hace mucho tiempo que espero ver como te pones manos a la obra.
—Alyssa le lanzó una pícara sonrisa—. Me refiero en la cocina, por supuesto.
La temperatura corporal de Luc aumentó de nuevo. Como no se fuera pronto de allí, ella vería cómo se ponía manos a la obra en la cocina y en cualquier otro lugar donde pudiera follarla. Pero, ¿cómo podía comunicarle sus intenciones sin que se enfadara? Definitivamente había hecho un trato con ella.
—He oído que tu primo se ha casado —comentó ella.
Luc intentó no cambiar la expresión.
—Sí. Deke y Kimber se casaron hace un par de meses.
Alyssa hizo una pausa, ladeó la cabeza y le observó con aquellos fríos ojos azules.
—¿No te importó? Sé que tú también formabas parte de esa relación.
Sí, pero todo había terminado el mismo día que murió su sueño.
Se había enredado en un salvaje ménage à trois con Kimber y su primo, aún sabiendo que ella amaba a Deke. A pesar de todo, Luc había esperado casarse con ella, que Deke la dejase embarazada y que todos formasen una familia feliz. Sin embargo, ellos habían elegido ser una pareja tradicional y le habían dejado a un lado. Posiblemente había perdido la última oportunidad de ver crecer a un niño con algo de su sangre cuando siguió su camino en solitario.
Luc vaciló, calibrando los riesgos.
—Ella sigue siendo especial para mí.
No era mentira, aunque tampoco era toda la verdad. Kimber y
Deke sólo se necesitaban el uno al otro y Luc sólo les había acompañado.
Lo aceptó porque, aunque adoraba a Kimber, no la amaba.
Sin embargo, quería lo único que le podía dar, lo deseaba con tanta intensidad que algunas veces el anhelo que sentía le producía un profundo cráter en el pecho.
Quería tener un hijo y no podía.
—¿Te encuentras bien —le preguntó Alyssa—. ¿Quieres una copa?
No. Lo que tenía que hacer era irse de allí antes de que su polla tomara el control y le hiciera olvidar el hecho de que necesitaba encontrar a una mujer aceptable que quisiera tener un hijo tanto como él.
Alyssa… ella era sexy, decidida, femenina, le volvía loco; pero no encajaba en su ideal de madre. Si terminaba recurriendo a la adopción, los trabajadores sociales le echarían una mirada y saldrían corriendo espantados. Incluso aunque ella quisiera tener hijos —que ¿por qué iba a querer?—, no creía que estuviera dispuesta a recurrir al banco de semen más cercano ni a someterse a una fecundación in vitro. Querría concebir a sus hijos de la manera tradicional.
Luc tenía treinta y cinco años, debería haber superado ya esa fase inmadura de vivir para follar; esa clase de obsesión que hace olvidar cualquier pensamiento lógico. Alyssa no iba a proporcionarle lo que más quería en la vida, así que no le quedaba más remedio que controlar la polla.
Maldita sea, nunca antes había deseado ser impotente en vez de estéril. Le gustaba el sexo.
—No, gracias. Alyssa, no puedo quedarme.
—¿Te vas? Bueno, no importa. Estoy segura de que estarás cansado.
Podemos ir al restaurante mañana por la mañana. Está a sólo unas manzanas de aquí. He encargado todas las provisiones que tu ayudante…
—Me refería a esta semana. No te puedo ayudar.
—¿Te ha surgido otro compromiso? —El tono controlado de su voz indicaba que estaba enfadada aunque su expresión no reflejara nada.
Luc podía mentirle, pero no quería hacerlo. Si lo hacía, la estaría insultando y ella no se lo merecía.
—Es por lo que ocurrió entre nosotros.
—Mantuvimos relaciones sexuales, ¿qué tiene que ver eso con cocinar para mí?
Luc cambió el peso de pie. Mierda, aquello no estaba saliendo cómo él quería.
—Mira, siento lo que te hice…
—¿Lamentas haberme llevado al orgasmo tantas veces que perdí la cuenta? Sigo sin encontrarle la lógica a todo esto.
«¿Cómo diantres iba a encontrársela si no la tenía?»
Luc se pasó la mano por el pelo y emitió un gruñido.
—Maldita sea, me volví loco. Me enterré en ti. No fui ni tierno ni considerado contigo. Y te pido disculpas. Y estoy seguro de que no te pedí permiso antes de… —Santo Dios, ni siquiera podía hablar con ella de sexo anal sin empalmarse otra vez—. Bueno, no sería buena idea que me quedara.
Alyssa tiró de las solapas de la chaqueta en un inútil intento por cubrirse los pechos. Pero lo único que consiguió fue ofrecerle una vista mejor de su escote y que se le pusiera más dura la polla.
—¿Y te pareció que me importara?
Él tragó saliva.
—Ni siquiera sé si me pediste que me detuviera y no lo hice. ¿No lo entiendes? No recuerdo haberte oído. Si me quedo aquí esta semana, no puedo garantizarte que no vuelva a perder la cabeza. No quiero hacerte daño.
—No soy de cristal —le aseguró ella con un susurro que hizo que le atravesara un escalofrío por la espalda.
—Hay otra persona.
Pero tres citas no constituían una relación y, observando los exuberantes atributos de Alyssa y su cuerpo de playmate, Luc no hubiera podido recordar la cara de Emily ni aunque le fuera la vida en ello.
Tenía pensado casarse con Emily. O con alguien como ella. Sencillamente,
Alyssa no era el tipo de mujer que imaginaba como madre cuando lograra ser padre.
—¿Kimber? ¿Todavía mantienes una relación a tres bandas con tu primo y su esposa? No, y no pensaba volver a hacerlo nunca, pero admitirlo ante
Alyssa sólo serviría para que ella se empecinara más.
—¿Importa?
Ella negó con la cabeza.
—Me da igual quién sea, sólo espero que comprenda que tienes un trabajo que hacer aquí. Si yo puedo olvidarme de lo que pasó y centrarme en el restaurante, tú también.
Luc la recorrió de los pies a la cabeza con una mirada voraz.
—Ni siquiera me has tocado y ya no estoy centrado.
Él atravesó la estancia, le cogió la mano y la apretó contra su dolorida polla. Al instante todo fue mejor… y peor. Santo Dios, quería que ella moviera la mano, que se desnudara, que se introdujera su miembro en la boca, en su cuerpo.
Antes de perder el control, apartó la mano de Alyssa.
—Eres una mujer muy sexy y no soy capaz de contenerme cuando estoy contigo. No puedo quedarme.
Alyssa respiró hondo expandiendo el pecho. Caramba, justo lo que no necesitaba. Pero no pudo marcharse cuando ella se apartó del borde del escritorio y se acercó a él con actitud felina.
—Primero, para que tu preocupación tuviera algún sentido, tendría que estar dispuesta a mantener otra vez relaciones sexuales contigo.
Te aseguro que hoy no lo estoy. Y ya puestos, creo que tampoco mañana. En segundo lugar, fuiste tú quien recurrió a mí hace tres meses, ¿recuerdas? Y me prometiste que, a cambio de acostarme contigo y con tu primo, cocinarías en mi restaurante durante una semana. Me importa un comino que Deke se largara antes de que ocurriera nada, yo cumplí mi parte hasta el final.
—Hiciste mucho más que cumplir con tu parte hasta el final, ahora no puedo estar cerca de ti y no pensar en el sexo.
Para intentar demostrar a su primo Deke que la que ahora era su esposa era la mujer perfecta para ellos, Luc había organizado un trío con Alyssa. Aquello no había producido los resultados deseados por él, ya que Deke se largó antes de que comenzara la fiesta. Y aunque eso sí que lo esperaba, lo que no había previsto era mantener con la propietaria del club de striptease, repetidas veces además, relaciones sexuales de las que más le gustaban…
—Lo siento —murmuró—. Conseguiré que me sustituya alguien cualificado para ello.
—Ya he anunciado que serás tú el que estará aquí. He invertido un año de trabajo y todos mis ahorros en ese lugar. Si este restaurante no funciona, me veré obligada a volver a bailar desnuda para ganarme la vida. Me diste tu palabra y yo confié en ti. ¿De verdad me vas a dejar colgada?

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